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 EPISODIOS ANTERIORES 

[ 17 / 09 / 2019 ]

Palazuelo

El hilo enhebrado en la aguja, y viceversa...

José Maldonado.

La trayectoria artística de Pablo Palazuelo (Madrid, 6 de Octubre de 1915; Madrid, 3 de Octubre de 2007) se haya entre las más singulares, solidas y conceptualmente heterodoxas de entre los artistas de su generación y de las generaciones siguientes.

 

Pablo Palazuelo se forma como arquitecto. Comienza sus estudios en la Escuela de Arquitectura de Madrid (1932) y los continua en la Universidad de Oxford (1933-1939), pero su dedicación y su pasión creativa estuvo desde el principio orientada, volcada, hacia la pintura y a otras disciplinas propias de las artes plásticas. No hubo un pasar previo por la práctica profesional de la arquitectura, y sin embargo ésta parece haber dejado profundas y fundamentales marcas en el carácter de su creación plástica. Un sentido esencial de lo constructivo y una profunda comprensión de las relaciones estructurales se constata en gran parte de su producción artística.

 

Asociado en un primer momento con la Escuela de Madrid (1945) inicia una trayectoria profesional tranquila y consecuente en el panorama artístico internacional. En España, con el paso de los años, su influencia y la atención de las nuevas generaciones de creadores por su obra han consolidado la aportación estética del autor como una de las más sugerentes y enigmáticas del siglo XX en el contexto artístico nacional. 

 

Las influencias en su obra no son excesivas y se han ido diluyendo con y en el tiempo.  De su reconocido interés por la línea en Klee, y por la exquisita obra de este artista, se deriva buena parte del tratamiento estético que hace de la línea y el área a lo largo de toda su trayectoria, llevando está relación hasta sus probables últimas consecuencias. Es importante hacer referencia a su relación con artistas como Eduardo Chillida o Ellsworth Kelly, ambos amigos, que dejan entrever su presencia, no solo en el tratamiento formal y constructivo de la obra de Palazuelo, sino también en el espíritu que dinamiza y nutre conceptualmente todo el aparato estético que el autor desarrollará a lo largo de su carrera. Existe, así lo expone él mismo, un interés muy consciente en ciertos autores del constructivismo ruso, y una consideración muy sentida y sensible hacia la historia de la pintura y del arte, y los temas y géneros que estas instituyen. Sin embargo, aun pareciendo esto mucho, demasiado quizás, y una contradicción con lo expresado anteriormente,  es la constitución de un plan y de un programa de acción conceptual y creativo el que depura toda influencia para centrar su labor en lo estructural y en la relación metonímica entre las partes, aquellas que están fuera y que el autor llevará al lienzo o al grabado, también a la escultura, y las que resultan de la destilación estética, las propias de la acción creativa y pictórica, que se convertirán en modelos y módulos a través de los que explorar e invocar lo espiritual en la obra de arte. Como cita el autor al tratar de definir el arte que desea realizar, “un camino para dar salida a lo problemas humanos”.

 

Considerar la obra de Palazuelo, su proyecto, como abstracta sería mirar de manera sesgada y demasiado formal sus consecuciones y dejar al margen las consecuencias de la misma, el destino y la vigencia de su proyecto. Es aquí donde con una muy alta probabilidad las nuevas generaciones han sabido descubrir los signos y el sentido de un proceso creativo con un fuerte carácter idealista y una profunda reflexión sobre la espiritualidad en la creatividad humana y el arte. En la obra de Palazuelo hay poco espacio, poca superficie y escaso color, para el ornamento: todo en su trabajo parece estar en un lugar significante en el que los desplazamientos y la transformaciones son el resultado de relaciones intrínsecas a la obra que se vertebran con un exterior que se convierten en reflejo del trabajo del artista, y por tanto en un acontecimiento de carácter mutuo que deviene ad aeternum. No aparece un significado porque no ha sido intentado; no hay simbolización porque no ha sido intentada; tampoco una sentido con ánimo de precisión que pudiera permitir al significante ser derivado hacia algo más que mero signo encarnado en la eclosión de las transformaciones, de las mutaciones y derivas de aquello que surge y acontece en las puras superficies y en los campos de color: tampoco en este caso hay intención. No podemos encontrar calma en un éxtasis que deshace los patrones, incluso aquellos que consigue articular como propios. No hay semiotización, y ahí el espíritu se muestra sin encarnarse; ahí la dificultad radical tanto del proceso como del proyecto de Pablo Palazuelo. Una dificultad tan bella como ingrata que derrocha tensión y energía; embriagadora y turbadora… hipnótica y mántrica: líneas que podrían sonar, que suenan, como un instrumento mental que nos pudiera permitir dar salida, y entrada, a lo que somos y a la poesía en extinción que se cobija en las almas.

 

Oriente está muy presente en la obra de Palazuelo, y por tanto la cábala, esto es indudable, y cierto esoterismo que hace de la geometría y las ciencias físicas y matemáticas no aparatos, constructos de pensamiento orientados hacia la precisión, sino herramientas de aproximación a un universo de los acontecimientos y de las relaciones,  de la totalidad de los hechos y de los desenfoques (enfocar es desaproximar el resto y aproximar lo otro). Un universo en el que resulta importante observar con detenimiento los contextos y la versiones, el ir y venir de las relaciones que se hacen y deshacen ante nuestra supuesta mirada atenta que enfoca y desenfoca (es enfocada y desenfocada) y trata de poner en relación lo que entrevé para comprender, inclusive sabiendo que la incertidumbre siempre esta ahí, en la flecha en el tiempo. La obra de Palazuelo resulta probabilística y con una entropía muy alta: la información cada vez es menor y la línea de equilibrio cada vez resulta más estable y con menos probabilidades de fluctuación. La técnica de aproximación que emplea el artista es sólida y bizarra y por eso es capaz de mostrarnos las escasas fluctuaciones que anuncian que lo improbable es aún posible para un espectador que no renuncie a ver, y que no renuncia a esperar… el tiempo necesario.

 

Palazuelo es un artista complejo y complicado. No es sencillo hablar de su trabajo sin caer en simplismos y tipificaciones que nos alejarían del papel de “descubridor”, desvelador, no inventor de nuevas formas, que al le gustaba atribuirse y que se enraizan en su proyecto a través del hálito cabalístico y humanista.

 

La complejidad de Palazuelo reside en todas y cada una de sus obras, en las de mayor envergadura y ambición constructiva y “arquitectónica”, o aquellas otras devenidas estudios o hitos del proceso investigador y que quedaban emplazadas, contenidas a la espera, en su obra gráfica o escultórica; conformaciones éstas con dimensiones extras, a más o menos, que en la pintura quedaban inquietantemente ecualizadas en un espacio dimensional extraño y en el tiempo de las fluctuaciones improbables.

 

Por todo esto al observar la litografía Laberinto geométrico (   ) que figura en la colección Frax  estamos ante una especie de fósil, ante una marca_resto que muestra un cierto foco nuclear del interés y los objetivos de las investigaciones estéticas y filosóficas de Pablo Palazuelo. No presenciamos un ejercicio de estilo, en Palazuelo son imposibles, hay una gramática propia fundada en la geometría y en la topología, una sintaxis que el autor extrae y desarrolla con una lógica sensible pero de extrema exigencia y que emplea para desvelar un lenguaje del que nos va dejando rastros y huellas, elementos gramaticales, para que la reconstrucción, cierta apropiación de las inflexiones de sus ricos tropos, queden al alcance de un observador abierto a la dificultad.

 

Laberinto geométrico es el hilo enhebrado en la aguja y la aguja enhebrada en el hilo: no es complicado de comprender, tampoco fácil. Así es el lenguaje… y así es la vida.

 

 

 

 

José Maldonado.

Valencia. 2018.

 

 

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